Savia (relato)

Savia (relato)

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    Enviado por L. Saavedra

    El cielo permanece cenizo por la densidad de aquellas nubes que remolinean en lo alto del cielo. Un suave viento espulga el crecido y verdoso herbaje, también agita de un lado a otro a los altos fresnos que ahora lucen marrones y casi desnudos por los vendavales de la estación otoñal. Aquel paraje ahora parece más desértico y lúgubre que en cualquier temporada del año; a pesar de no haber ningún sepulcro en el sitio, no le envidiaba nada a ningún cementerio de la ciudad. Sobre lo alto de la verja de hierro de la entrada, guindando se encuentra un letrero metálico, carcomido por el tiempo y el oxido en el que apenas es visible el nombre al que hace referencia el lugar por los grafitis que se enciman entre promesas de amor y leyendas; si fijas bien la vista sobre él y pones atención, aún se puede leer lo que dice en el viejo letrero: «Parque La loma»

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    A un costado del desgastado camino de asfalto que atraviesa las entrañas del parque, aparca una tosca motocicleta de color negro; próximo a ella, sobre el suelo forrado por el recién crecido césped que se extiende a lo ancho de aquella colina, yace recostado él, debajo de la fría sombra de un moribundo arce que lentamente pierde la vitalidad y su follaje. No existe el ruido citadino y cotidiano en aquel paraje, no se percibe el trinar de las aves, ni el característico grillar del crepúsculo, quizá el único sonido que te recordaría que no estás en otro mundo, es el lejano murmullo de los autos que transitan sobre la autopista que rodea por debajo de aquella olvidada colina. Sitio idóneo para albergar sentimientos melancólicos y pensamientos lóbregos o suicidas.

    Sus ojos húmedos, los ocultan unas gafas profundamente oscuras. Levanta con cuidado el cuello de su chaqueta Levi´s como pretendiendo pasar desapercibido ante la soledad. No se ha sabido de mente cuerda, que tenga la intención de pisar aquel tétrico lugar; lo que un día fue un hermoso parque de diversión y recreo familiar, ahora era un sitio exclusivo para sabandijas y noctámbulos merodeadores lujuriosos; pero a Lucas nada parece asustarlo, el no cree en esas boberías. Existen bastantes rumores referente al sitio, sobre todo los más próximos al parque, afirman que si te adentras más allá de sus entrañas no te esperes en volver jamás, y algunos otros que hacen volar su imaginación, aseveran que si sales de ahí, lo harás completamente loco. Pero a simple vista, allí no parece ocurrir nada extraordinario, solo sigue ahí en el mismo lugar lo que un día a otro abandonaron… esos mismos arces –aunque decaídos–, los juegos infantiles–si bien roídos en su completa totalidad por el oxido y la maleza–, los obstáculos de madera vieja, podrida y enmohecida por la humedad y el tiempo, calzados abandonados que lo hacen lucir como un verdadero basurero; pero sobre todo son sus muros los que te hacen estremecer con sus paredes intestadas de grafitis y montones de carteles con fotografías de personas desaparecidas.

    De un bolsillo de sus vaqueros saco una cajetilla de cigarrillos, y con los dedos estremecidos cogió uno de los Pall Mall y se lo llevó a la boca pensativo. El sonido del tabaco al contacto con el fuego del encendedor fue tan perceptible como al arrancar la hoja de un cuaderno o al apisonar un puñado de hojas secas sobre el piso; eso reconfortó un poco el ensimismado espíritu de Lucas. El humo serpenteo de su boca y se perdió en el invisible aire de aquel fresco y nublado día. Se desperdigo fantasmal; como él, en sus pensamientos. Y es que de alguna forma, de todos los lugares que frecuentaba, aquel, en un remoto tiempo para él, ese fue muy especial. Ahí, precisamente donde estaba recostado, conoció a Sofía ‘’el amor de su vida’’; ahí, bajo ese mismo árbol la enamoro, allí, bajo el abrigo de aquel árbol en una lejana, oscura y solitaria noche de primavera, le hizo el amor. Todo esto, claro está, antes de la catástrofe, antes de que aquel incendio arrasara con todo, hasta con sus promesas de eterno amor. Respecto al incendio, muchos lo atribuyeron al calor solar de aquel agobiante verano, que contribuyo a extender un demoledor fuego forestal que arraso con la mayor parte del bosque, pero sobre todo devasto en su totalidad el área recreativa del parque. La gente de los vecindarios próximos, aseguraron que no fue el sofocante sol veraniego quien provoco la ignición, si no una roca en llamas que cayó del cielo. Por supuesto, solo fueron rumores de vecindario, nadie halló alguna prueba solida para ello, puesto que después de que los cuerpos de bomberos y protección civil sofocaran el incendio, no existió hallazgo de tales aseveraciones. Después de aquel desastre, no se volvió a ver empinar las cometas desde lo alto de su colina, ni el murmullo de los niños con su algarabía jugando a la pelota, ni nada parecido.

    Otro cigarro más y un par de absurdas lágrimas escurriendo por sus mejillas… y el viento resoplo con más fuerza, haciendo que las hojas secas cayeran como livianas plumas sobre su cabeza.

    Estaban a punto de opacarse los últimos rayos del día, cuando fue testigo de un inusual suceso.

    Un ruido que provenía detrás de él, atrajo su atención al árbol; primero un burbujeo, después un prolongado y agudo chillido. Lucas apago su cigarrillo sobre la tierra húmeda del piso, y se apresuró a observar con curiosidad lo que ocurría en el tronco del arce. No dio crédito a lo que vio, sus ojos castaños se llenaron de horror; en la escuela nunca escucho y tampoco leyó en los libros de botánica, acerca de esa tipo de savia que estaba ante él.

    Miró absorto, como una pequeña ardilla cayó en esa amorfa gelatina. El roedor batallaba intentando zafarse, sin embargo no lo logro, pues entre más luchaba, la cosa la sorbía a su interior. Miro como a través de la traslucida y amarillenta savia se disolvía el peludo cuerpo del roedor, triturando los huesos hasta hacerlos polvo. Con una delgada y atenazada vara que encontró cerca de sus pies, intento abrir aquella amorfa masa, la cosa reacciono como si tuviera vida propia y con una insólita fuerza sorbió el palo a tal grado de hacer caer a Lucas de cara al piso.

    Su curiosidad fue en aumento, y se aproximo a verla con más cautela. La miraba desde todos los ángulos posibles, su tamaño era considerado para ser un fluido exudado del árbol. La noto, ligeramente más crecida después de haberse embutido al roedor. Como si supiera que Lucas la miraba, la cosa se transformo en un bebé de analogía humana, pero de constitución transparente y gelatinosa. Lucas volvió el almuerzo sobre si, y se dispuso a trepar sobre su moto y salir a toda prisa de ese lugar. Ahora comprendía por qué no debió haber perpetrado hasta ahí.

    Por la noche no pudo conciliar el sueño, daba vuelta tras vuelta sobre su cama y también sudaba estrepitosamente. Dos horrendas imágenes trastornaban su sueño, se alternaban una a otra; primero el bebé de savia, después ese viejo recuerdo que se había convertido en una molesta pesadilla que lo atormentaba como llama del infierno cada noche al dormir. Aún estaba presente ese recuerdo y lo revivía tan nítido como real en sus sueños; los veía a ellos dos, a Mateo su amigo y Sofía su novia teniendo sexo en esa misma habitación, mientras el regresaba temprano a casa por haber renunciado del ‘’fastidioso’’ empleo de medio tiempo que había conseguido. Otra vez ese nauseabundo bebé balbuceando incesantemente «A gubu baba, a gubu, baba» y enseguida Mateo llorando de rodillas con el rostro manchado de sangre implorando perdón.

    Se quejaba dormido, hasta que uno de sus propios gritos por fin lo despertó. Se enfundo las pantuflas, fue a la cocina, abrió el frigorífico, se sirvió un vaso de leche helada y la bebió hasta terminar. Dio vueltas alrededor de la habitación, pensativo, abrió el cajón del taburete tratando de hallar algo que apaciguara el mal humor de despertó con él aquella reciente pesadilla, y encontró una vieja y abandonada cajetilla repleta de cigarros Camell. Sacó uno, se encamino hasta la terraza y se dispuso a fumar. Miró que el cielo estaba en su totalidad despejado por aquel viento vespertino, las estrellas titilaban más brillantes que nunca, la luna estaba fantasmalmente blanca, pero ni aquel bello cuadro nocturno, apaciguó la ola que lo sumergió en un inmenso y oscuro mar de sentimientos malévolos. Esa noche tuvo una mórbida idea que confabulo con los fantasmas de su pasado que tanto lo atormentan.

    En lo alto del cielo el sol brilla intensamente, a lo lejos resuenan las campanadas de la iglesia anunciando la misa del medio día, y un suave viento barre el pavimento de las calles. Un chico de cabellos oscuros y crespos, de ojos ensombrecidos por unas sendas ojeras, arroja sobre la ranura de la caseta telefónica un par de monedas. Sostiene entre el hombro y el lado izquierdo del rostro, el teléfono, con medio cigarrillo entre dedos se enmienda en marcar con apuro un número telefónico.
    – Hola – contesto una gruesa voz del otro lado.

    Lucas le da una chupada a su cigarro, exhala el humo, y dice:

    • Amigo, soy Lucas. Te suplico no me cuelgues. Necesito hablar contigo…

    Una sardónica sonrisa se dibujo en el rostro de Lucas, tiró el cigarrillo en el piso, lo apago con su zapato deportivo y después, para asegurar que se apagara, escupió sobre el mismo.

    • No sé qué pretendas Lucas, pero tú y yo, no tenemos nada de que charlar. Ya has hecho mucho daño.

    Lucas apretó los labios y se contuvo para no arruinar el plan que se trajo entre manos, « ¿Daño? ¿Habla de daños? ¿Y qué hay del daño que me provocó ese maldito y esa condenada prostituta?» pensó.

    • No pretendo nada. Solo charlar. Hacer las paces. Todo esto me ha hecho reflexionar, ¿Entonces qué dices amigo?

    El silencio se instalo por breves segundos entre las líneas telefónicas, mientras Lucas tapaba con la mano la bocina, mofándose en carcajadas.

    • Está bien. ¿Te apetece si nos encontramos en el bar de siempre?
    • No – dijo Lucas – Tengo una mejor idea…

    Un par de horas después, Lucas esperaba montado en la motocicleta, evadiendo ese montón de rostros que parecían fijar sus miradas sobre él, se sentía agobiado y ni los cigarrillos que fumaba de uno a otro, lograron serenarlo. Estaba nervioso, le sudaban las manos, las secaba en los pantalones y se volvían a humedecer y cada vez se ponían más calientes. Algunos de esos rostros parecían burlarse de él, otros lo miraban con tristeza, algunos parecían enojados, y el resto parecía muy feliz de verlo sufrir. Y en su imaginación los escucho hablar: « No lo hagas Lucas ¿Quieres que tu amigo termine como uno de nosotros? »

    « ! Déjenme en paz! » Grito Lucas para sus adentros. « Si lo haces, nunca te dejaremos, siempre te acompañaremos. Hasta el final…».

         El rugido de una moto que se aproxima, silenció esas fantasmales voces. Con chamarra y guantes de cuero, se encamino hasta él, un chico de ojos verdes y cabellos alborotados, mirando absorto los cientos de rostros encimados en carteles; evadió la mirada de Lucas centrándola en uno de esos carteles para leer la frase que se repite en cada uno: « SE BUSCA».

    Después de estrechar las manos, intercambiar frases con saludos, se encaminaron cuesta arriba del parque, Era la primera vez, después del incendio, que Mateo pisaba aquel lugar. Los rumores eran ciertos, ese sitio ya no es lo que fue, todo parece morir a un ritmo muy lento, los arboles parecen groseros esqueletos comparándolos con los que están en el exterior, un olor a podredumbre mezclado con pasto quemado se apodera del aire que se respira; solo la crecida yerba parece hacer de las suyas lográndose adaptar. Los juegos parecen tumbas infantiles en ese recinto, y extrañamente en ese preciso lugar el cielo se torna aún más gris por las nubes que parece nunca marcharse de ahí.

    • Este parque es muy especial para mí.

    Mateo no respondió, solo guardó silencio. Ahora ese paraje le pareció muy tétrico.

    Se estacionaron cerca del moribundo arce. Bajaron de las motocicletas y se instalaron debajo del escaso follaje que les ofreció aquel enfermo árbol. Lucas giro el rostro disimuladamente en dirección al tronco del árbol y descubrió que la cosa seguía exactamente en el mismo lugar que la había dejado la tarde anterior. «Definitivamente no fue un sueño. No señor» pensó Lucas mientras el estomago se le revolvía.

    Después de charlar a cerca de las aventuras que habían vivido juntos años atrás; como si hubiera esperado con ansias ese momento, Lucas pregunto:

    • Y bien ¿Cómo se encuentra Sofía?

    Mateo escupió el sorbo de cerveza que había bebido, aún no se sentía preparado para entablar una conversación acerca del tema.

    . – Lucas. No tengo nada que ver con ella. Te lo juro.

    Mateo mintió; apenas tres días antes habían tenido una cita Sofía y él, en un motel. Por un instante Lucas deseo matarlo con sus propias manos, no soportaba el hecho de imaginarlo adentro de su novia. Si esa cosa no lo devoraba, lo haría el mismo con sus propias manos.

    • Me voy a casar. La boda es en un mes, y por supuesto tú estás invitado.

    Eso era cierto, Sofía solo seguía siendo su amante. Lucas fumaba como chimenea, los nervios lo empezaban a consumir. No le prestaba atención, solo lo observaba mover los labios parloteando sin cesar, mientras él asentía diciendo ‘’SI’’ a todo.

    Después de hablar de los planes de boda de Mateo, Lucas comenzó a inventarle un cuento acerca de una medalla que había caído accidentalmente dentro de la masa de savia que se aglutinaba sobre la corteza del árbol. Los dos se acercaron a la abultada concentración de savia para tratar de hallar el inexistente objeto. Mientras Mateo forzaba la vista para indagar en la traslucida y amarilla savia, Lucas se colocó a sus espaldas.
    – Amigo, no veo nada allí dentro.

    • Mira bien – insistió Lucas,
    • De verdad que no hay nada.

    Mateo casi rozó el rostro en la concentración gelatinosa, y percibió un ligero aroma acido y picante. Ese era el momento indicado; Lucas no lo pensó dos veces, y le propinó un empujón a Mateo, este se fue de cara contra la cosa, su rostro se embadurno de una sustancia caliente y pegajosa que le quemó enseguida la dermis del rostro. Con una mano intento zafarse y solo consiguió atascarla en el fondo de la gelatina. Mateo comenzó a aullar y demandar del auxilio de Lucas,

    • Lo sabía. Sabía que a ti te gusta tener la mano adentro de cosas bastante húmedas, calientes y babosas – dijo Lucas burlándose – ¿Y bien Mateo, dime que se siente tener la mano allí adentro?

    Lucas no respondió aquella pregunta, quizá porque no la escuchó, tal vez porque no le prestó atención por el dolor que lo estaba consumiendo.

    • Te presento a mi nueva amiguita. Es una nena muy traviesa, a penas si es una linda bebé – Lucas se puso en cuclillas viendo el rostro horrorizado de Mateo y después agregó – Lucrecia él es Mateo, Mateo ella es Lucrecia.

    Lo último que logró hacer Mateo dentro de su desesperación, fue coger del brazo a Lucas para arrastrarlo con él, sin embargo Lucas al forcejear se zafó trayéndose consigo, el guante de cuero que enfundaba la mano del castaño.

    • ¡Hijo de puta, ya te veré en el infierno!

    Mateo al momento de lanzar aquel improperio, también escupió al rostro de Lucas un chorro de sangre. Mateo comenzaba a desmayarse, Lucas se dio cuenta de ello y le dijo:

    • ¡Aún no amigo, aún no es hora de morir! ¡Despierta, mira la cara de mi linda amiga que se ya se ha presentado para que le puedas conocer!

    La gelatina se transfiguró en aquel diabólico bebé traslucido que Lucas ya había tenido el gusto de conocer. Mateo abrió bien los ojos y la miro, su rostro se transformó en uno de horror y se puso a patalear. La cosa le sonrió como agradeciendo ser su nuevo alimento. Abrió la boca muy grande, tan grande que se hubiera podido comer a una vaca, y lo sorbió. Mateo comenzó a deshacerse en el interior del monstruo gelatinoso, de él, solo quedaban dos lánguidas piernas enfundadas aún en sus vaqueros, que iban siendo sorbidas verticalmente y con lentitud. Al final solo quedaron como rastro de él, el par de botines que traía puestos, sumándose al resto de zapatos abandonados en el lugar.

    Una mano embestida en un guante de cuero marcaba con premura las teclas de un teléfono público. Era Lucas, que con el rostro descompuesto y la mente retorcida, llamaba a la prometida de Mateo para citarla, lográndola convencer al decirle que Mateo había quedado atrapado en un lugar del parque.

    Más tarde…

    « Esta fue pan comido» pensó Lucas entre risas. La gente que pasaba se desconcertaba de verlo reír como un demente, mientras arrojaba dos monedas a la caseta telefónica de siempre. Una voz femenina le respondió:

    • ¿Diga?
    • Hola Sofía. Soy yo, Lucas.
    • ¿Qué es lo que quieres Lucas?

    A esta chica Lucas le invento otro cuento que se termino por tragar, pero antes de colgar el teléfono, y para finalizar Lucas en broma le pregunto:

    • ¿Te digo una adivinanza Sofía?
    • Está bien. Dime…
    • Es savia, pero también es bruta,

    Nace del árbol pero no como fruta,

    El cuerpo y la cara parecen de gelatina,

    Si caes en su trampa te traga y aglutina,

    Adivina, adivina, adivina…

    El viento sopla tan fuerte, que ha arrancado de la pared de aquel abandonado parque, los recientes carteles que tienen las fotografías de dos muchachas jóvenes y otro chico; en cada uno de ellos se lee la misma frase:

    « SE BUSCA».

    Bibliografía ►
    El pensante.com (noviembre 2, 2014). Savia (relato). Recuperado de https://elpensante.com/savia-relato/