El bosque de Orrius

El bosque de Orrius


Cogiendo la carretera comarcal que va desde La Roca a Orrius, en la provincia de Barcelona, de repente nos encontramos con un denso bosque, y entre su espesa vegetación nos encontramos con enigmáticas figuras talladas en piedra, un lugar donde vivieron nuestros ancestros, construcciones megalíticas son buena prueba de ello. Tal vez un bosque encantado, lleno de duendes y traviesos trasgos, un bosque en donde habita el misterio.

El bosque encantado

(Relato inspirado en el bosque de Orrius)

Por cuestiones de trabajo partí hacia Barcelona de madrugada, a eso de las nueve llegué a las oficinas centrales de la compañía. Conferencia y presentación de los nuevos productos, reunión de objetivos con todos los delegados provinciales presentes y después comida en un asador cercano, como de costumbre. A las cuatro en punto partía de nuevo hacia Valencia. Antes de subir al coche me desprendí de la americana y de la corbata y me puse mis zapatillas de deporte y mi camiseta de futurama, todavía tenía por delante unas cuantas horas de coche.

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Al poco de partir, entre imágenes de balances, gastos y estrategias de venta, me vinieron a la cabeza de repente las fotos de un bosque que había visto hacía pocos días en un blog en internet, y que me habían cautivado al momento por su extraña belleza. Todavía era pronto y no tenía nada más que hacer aquella tarde, así que decidí que era una ocasión idónea para visitar aquel fantástico bosque.

Saqué mi guía campsa y localicé el lugar en el mapa; la carretera de Orrius. El cielo amenazaba tormenta. Sin demasiados problemas llegué al lugar en concreto. Entre montañas de pinos y robles destacaba una por ser totalmente diferente al resto; la densidad y la altura de sus árboles era mucho mayor que en las demás, como si ese bosque ya estuviese allí muchísimo tiempo antes que el resto. El conjunto tomaba desde la lejanía unos tintes violáceos en las copas de los gigantescos árboles y otros más azulados en las zonas más bajas. Se veían muchos pájaros sobrevolándolo y me pareció curioso que no se viese a ninguno en el resto de bosques lindantes.

Aparqué mi coche en la cuneta y me adentré por un estrecho sendero hacia  el interior de aquel centenario bosque, con la esperanza de encontrar rápidamente las piedras talladas que había visto en las fotos, pues pronto comenzaría a anochecer si no se ponía a llover antes.

A los pocos minutos, y mirando a mi alrededor, pensé que sería relativamente fácil perderme en aquel lugar porque todos los árboles parecían exactamente iguales y se hacía difícil encontrar puntos de referencia. Pero recordé que visto desde la carretera, el bosque no parecía demasiado grande y a su alrededor zonas menos densas y con matorrales bajos lo rodeaban, con lo cual, si me perdía, pronto saldría a estos claros y podría bordearlo hasta la carretera.

Un bosque en silencio

Continué caminando, la luz menguaba y en las zonas más oscuras, la visión comenzaba a difuminarse. Algo extraño sucedía, algo que mis sentidos no conseguían descubrir, de pronto me di cuenta de ello. Aquel bosque estaba exento de sonidos, no se escuchaba absolutamente nada, ni tan siquiera el crujir de las ramas y las hojas secas bajo mis pisadas. Di una palmada y el sonido sonó sordamente, como debajo del agua, sin eco ninguno. Di un grito y me escuché a mi mismo muy, muy débilmente. Quedé paralizado unos instantes intentando encontrar un sentido a esto…Tan apenas había dormido la noche anterior y la mañana había sido dura y estresante, quizá los nervios y el cansancio me estaban jugando una mala pasada.

Continué mi silencioso paseo un poco acojonado. Caminé largo rato y comencé a plantearme el dar media vuelta y marcharme de allí porque las estatuas que buscaba no aparecían por ningún lado. En eso que por el rabillo del ojo vi que algo se movía a mi derecha, a unos quince metros de mí. Continué caminando y observé que ese algo se movía paralelamente y a la misma velocidad que yo. Comencé a ponerme nervioso y caminé cada vez más rápido hasta emprender una alocada carrera sorteando los troncos de aquellos viejos árboles, aquello continuaba junto a mí.
El bosque de Orrius

Un doble sin rostro

Exhausto por el esfuerzo me detuve unos instantes para coger aire, alcé la vista y creo que mi corazón dejó de bombear durante unos segundos al ver a aquel ser observándome a pocos metros de mí. ¡Aquel ser era yo! Exactamente en la misma posición que yo, mimetizaba todos mis movimientos, me erguí y el hizo lo mismo. Di unos pasos laterales y como si me viese reflejado en un gigantesco espejo, aquel ser hizo lo mismo. La oscuridad comenzaba a adueñarse de todo el espacio, camine lentamente hacia el y con movimientos gemelos nos fuimos acercando lentamente. Cuando apenas nos separaban pocos metros observé que aquel yo extraño no tenía rostro, en el lugar donde estaban mis ojos, nariz o boca, el no tenía más que pálida piel desnuda. El terror se apoderó completamente de mí y clavó mis pies en el suelo, un sudor frío corría por mi frente y el corazón parecía que me fuese a estallar de un momento a otro.

De repente, gotas enormes de lluvia comenzaron a caer como pequeños artefactos invisibles. Aleatóriamente explotaban por todos los lugares, sin sonido alguno, tan solo el movimiento de las hojas era muestra de ello. Una gota calló en el hombro de ese ser que me observaba en silencio y mágicamente, una parte de su hombro desapareció transformándose en decenas de lucecitas voladoras, como luciérnagas. Otra gota más, esta justo en su frente, de nuevo carne volatilizada transformada en luz.

Comenzó a llover fuertemente y en pocos segundos aquel ser extraño se convirtió en centenares de puntos luminosos que danzaban en el aire como una bandada de estorninos. La oscuridad era ya total y tan solo la luz que desprendían aquellas luciérnagas me otorgaban algo de visión. Espontáneamente las luces se reagrupaban de nuevo formando un cuerpo luminiscente que parecía señalar hacia un lugar en concreto del bosque.

Una extraña calma se apoderó de mí y bajo la lluvia torrencial me dirigí rodeado de aquellas mágicas luces hacia el lugar indicado. En un pequeño claro encontré la «pedra foredada» que había visto en una foto del blog. Los seres de luz revoloteaban a su alrededor indicándome que ese era el lugar al que me dirigían. Entre dentro y me senté mirando hacia el interior. Las luces se difuminaron entre las ramas de los árboles y tan apenas quedaba alguna que pasaba fugazmente cerca de la abertura de aquella roca.

De repente un enorme relámpago rasgó el cielo iluminando con su azulada luz el claro que tenía delante. Detrás de un gigantesco tronco retorcido, se iluminó un rostro que me miraba tímidamente, un rostro enorme, triste, un rostro de piedra que me recordó a aquellas estatuas de la isla de pascua que había visto de niño en ilustraciones. Tras el relámpago de nuevo la oscuridad y el silencio. Permanecí allí sentado a la espera de algo, sin saber todavía si ese algo sería algo mágico o algo demoníaco. Apoyé mi espalda contra la pared de roca y creo que me adormecí exhausto.

No sé las horas que pasé dentro de aquella roca hasta que un fuerte aroma a azúcar quemado me despertó de mis sueños. Necesité unos minutos para situarme y poner un poquito de orden en mi cerebro. Salí lentamente, bastante entumecido todavía.

El retorno del sonido

Una densa luz rosada iluminaba todos los rincones del bosque y no quedaba ningún rastro visible del fuerte aguacero de la noche anterior. El ambiente era extraño, no sabría deciros si estaba amaneciendo o atardeciendo. Cientos de rayos de luz blanquecina se colaban entre las ramas dibujando en la hojarasca del suelo curiosos caminos en movimiento lento y continuo. Me percaté de que el sonido había retornado a mis oídos, el trinar de los pájaros y el rumor de las ramas mecidas por un suave viento otorgaban a aquel mítico paraje su banda sonora perfecta. Creí escuchar en la letanía un murmullo monótono, como de correr de aguas, que me extrañó al momento por que el día anterior no había observado en mi mapa ninguna reseña de río o arroyo en bastantes kilómetros a la redonda de aquel lugar.

Por pura curiosidad me dirigí hacia allí. El bosque tenebroso del que había sido testigo hacía pocas horas, se desplegaba ahora ante mí de un modo completamente diferente. Lleno de vida en todos sus recovecos, con montones de plantas y flores que no había visto en mi vida. Mariposas y pajarillos de brillantes colores pululaban de un lado a otro completamente ajenos a mi presencia. Entre las ramas mas altas, jugueteaban tímidas algunas de aquellas lucecitas que en la oscuridad se me antojaron luciérnagas y que ahora, a la luz del día,  identifiqué como las pequeñas hadas de mis cuentos infantiles.

El descubrimiento del Edén

Caminé un rato mas, hipnotizado ante tanta belleza hasta que, casi sin percatarme, salí de la espesura del bosque y descubrí ante mí el edén. En una franja diáfana del bosque discurría un río de aguas límpidas. A mi izquierda, a un centenar de metros y desde unas altas rocas, caía una estruendosa cascada a un pequeño lago semicircular que parecía formado por la erosión  de muchos siglos. Al romper el agua en la superficie del lago, millones de partículas se elevaban en el aire formando nubes prismáticas que dispersaban los rayos del sol en todos los colores conocidos. El río continuaba serpenteante y suaves rocas cubiertas de musgo aterciopelado contenían sus cristalinas aguas. Continuaba luego mansamente hacía mi derecha, en dirección al horizonte. En el lado opuesto del río continuaba de nuevo el mágico bosque.

Observé a lo lejos algún tipo de movimiento en la orilla del arroyo. Me pareció alguna especie de animal que supuse estaría calmando su sed. Me dirigí hacia allí  y mi sorpresa fue mayúscula cuando pude ver que aquellos animales…¡eran enormes elefantes azules! Volvieron un momento sus cabezas hacia mí y tras examinarme un momento, continuaron bebiendo tranquilamente. Cuanto estaba a pocos metros de ellos, me senté en una enorme roca y los observé maravillado. No eran elefantes normales, se parecían muchísimo a un elefante que tenía mi hijo entre los juguetes de la bañera. Con los rasgos en general muy suaves y poco definidos, muy redondos y con las patas muy cortitas.

El gigante de piedra

De pronto, una profunda voz sonó justo sobre mi cabeza…

– Son preciosos,¿Verdad? – Me dijo.

Levanté mi vista lentamente, un tembleque general se apoderó de mi cuerpo. Sus ojos tristes me miraban fijamente y una especie de sonrisa asomaba en sus labios. Tras un pequeño reconocimiento general, me di cuenta que estaba sentado en las rodillas de aquel gigante de piedra que la noche anterior me pareció ver iluminado por el resplandor de un relámpago. Dando un salto me planté a un par de metros enfrente de el y lo inspeccioné en todo su conjunto. Aquel ser estaba formado de piedra, musgo y madera oscura. Debía de medir unos tres metros de altura y su figura, aunque grandiosa e imponente emanaba ancianidad y tristeza. Su cuerpo estaba distribuido como el nuestro, con piernas y brazos de grisácea roca. Pero su cabeza era bastante desproporcionaba con respecto al cuerpo y tenía una forma rectangular a la vez que redondeada.

Sin prestar atención a mi repentino pánico, giró su vista hacia los Dalinianos elefantes y con una calma contagiosa, comenzó a contarme una larga historia. Me senté con las piernas cruzadas ante el y escuché embelesado su relato.

Aquel gigante se llamaba “Odrén”, y era el último guardián de la naturaleza que vivía en aquellos parajes. El afán de los humanos por destruir la naturaleza le había dejado aislado en aquellas montañas hacía ya muchos años. Me contó que antiguamente, dejaban una semilla en el bosque, de la que crecía un nuevo guardián para cuidarlo, y tras dejarla, ellos viajaban en sus elefantes hacia otros parajes donde creaban nuevos bosques y así  el ciclo de la vida continuaba en su ciclo perpetuo. Me contó que el era inmortal y que estaría en aquel pequeño reducto durante cientos de años mas, esperando el momento en que los hombres recapacitáramos sobre nuestros actos pasados y volviéramos a vivir en armonía con la naturaleza. De este modo, podría volver a viajar con sus elefantes a todos los rincones del planeta.

Cuando terminó su relato, me dijo simplemente unas palabras.

– Haz lo que esté en tu mano.

Y lentamente, sus gestos se endurecieron y sus movimientos se ralentizaron hasta convertirse en estatua, casi mimetizado con el resto de las rocas, cuando giré mi vista, los elefantes también eran ahora frías piedras talladas.

Volví al bosque y absorto en mis pensamientos salí sin buscarlo a la carretera, justo donde estaba aparcado mi coche. Llegué a mi casa cuando comenzaba a anochecer. Supuse que mi familia estaría preocupada por mi desaparición inexplicable. Pero al entrar a casa mi mujer me dio un beso y me preguntó. -¿Qué tal la reunión?

El tiempo solo transcurrió para mí en aquel bosque. Esa noche y ese día solo existieron en mi realidad, o quizá en mi sueño.

Por la noche, hice una llamada telefónica al director nacional de la empresa. Le dije que dejaba mi trabajo, que había decidido que la exportación de madera no era lo mío. Conecté mi portátil y busqué una web de oposiciones del estado. Tomé nota: Oposiciones del ministerio de medio ambiente, guardas forestales.

Relato de Sinuhé Gorris

Fuentes
www.sinuhegm.spaces.live.com
Información e imágenes de:
www.mundoparapsicologico.com
www.seamp.net
www.enigmaps.com

Bibliografía ►
El pensante.com (enero 7, 2009). El bosque de Orrius. Recuperado de https://elpensante.com/el-bosque-de-orrius/